Las monjas Carmelitas Descalzas llegaron a Potosí en 1680, y la
investigadora y socióloga Aleyda Reyes indaga en su historia en este año en que
se conmemora el centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. El libro
“Carmelitas Descalzas de Santa Teresa en la Villa Imperial” (GAMP, 2015) fue
presentado esta semana en la ciudad de Potosí.
“Este libro es el resultado de meses de investigación en fuentes primarias, como archivos y documentos que datan de los siglos XVI, XVII, XVIII, entre trámites, libros de profesiones, defunciones y otros, que nos permiten tener una aproximación al accionar de las religiosas en ese entonces. La historia nos remonta al siglo XVII más propiamente al año 1680, cuando un grupo de siete mujeres contemplativas llegaron a la Villa Imperial (…)”, dice Reyes.
En el estudio se describen el trabajo, la oración, la
consagración y la administración de las dotes de las hijas de familias
privilegiadas, que presentaban a la hora de entrar al convento en la época
colonial. Reyes explica que el convento estuvo relacionado con distintos
estamentos de la sociedad, (es decir) con autoridades eclesiásticas, con
miembros de la élite, con indígenas y con las esclavas (posteriormente monjas
legas) de las hijas de familias nobles que se recluían.
“Los aportes que (las Carmelitas Descalzas) hicieron en la Villa Imperial no solo fueron desde punto de vista espiritual, sino también desde el punto de vista material. Para la Guerra del Chaco, todas las riquezas que tenían, debido a los legados (recibidos) en el ingreso de alguna joven, fueron dados al Estado para poder, según los documentos, solventar la guerra o pagar la alimentación de los soldados. Una vez despojadas de las riquezas que tenían, se quedaron sin nada, al extremo de que muchas veces hasta para vestirse tenían que utilizar los lienzos de las pinturas para sus hábitos porque estaban en extrema pobreza”, dice Reyes.
Las jóvenes ingresaban al convento como parte de un privilegio
de las familias nobles. Reyes explica que, sobre todo en los conventos de
claustro de esa época, las jóvenes ingresaban con una dote de 1.000 monedas de
plata o su equivalente en especies: “La segunda hija del matrimonio noble era
ofrecida así, en otras palabras, al convento… Las hermanas no podían pasar o
exceder 21 monjas en cada convento, por eso hasta tenían un listado de espera.
Moría una monja, (e) inmediatamente podía ingresar alguna joven que había sido
ofrecida anteriormente”.
Las jóvenes nobles ingresaban con su servidumbre que se
encargaba de las labores domésticas (cocinar, lavar, etc.), y ellas se dedicaban
a bordar y a orar. Las mujeres encargadas de esos trabajos de servidumbre se
convirtieron, después de 1700, en hermanas legas.
Y si bien cada joven entregaba su dote al convento, era un
síndico el encargado de administrar esos bienes y dinero. El oficio de síndico
recaía en el vicario de la diócesis o en un sacerdote que administraba los
bienes del convento. “Hemos encontrado, en archivos de la Casa de la Moneda
–dice Reyes, que los síndicos vendían los bienes y riquezas de las hermanas a
diferentes familias. Eso se puede constatar con firmas y sellos de la época.
También se aprovechaban de las mujeres viudas que querían entrar al convento y
que no tenían una dote, les prestaban la dote y les pedían el doble a cambio
posteriormente”. Las monjas recibían del síndico lo necesario para vivir en el
mes, en términos de alimento y vestimenta.
A partir de 1950 las monjas se dedicaron a vivir con base en su
trabajo artesanal, como la producción de pomadas, hostias y bordados, y
disminuyeron en número por la falta de mujeres que acudieran a tomar los
hábitos. En 1970 decidieron que sus bienes guardados en almacenes y depósitos
sirvieran para armar un museo con el propósito de tener otro pequeño ingreso y a
la vez relatar su historia. Lo cierto es que el propio convento que contaba con
21 patios y abarcaba casi dos manzanas en la ciudad, se redujo a unos tres
patios porque las hermanas fueron vendiendo de a poco su propiedad para
garantizar su sobrevivencia.
Las cinco hermanas, precedidas por María Josefa de Jesús,
fundaron en 1680 el Convento de Carmelitas Descalzas de San José, actualmente
Museo Convento Santa Teresa de Jesús. La mencionada fundadora murió en 1688, y
su cuerpo permanece aún “intacto e incorrupto”. Actualmente existen conventos en
Sucre, Potosí, Cochabamba, La Paz, Santa Cruz y Beni.
La primera parte del libro está relacionada a la vida de las
Carmelitas desde sus orígenes en la Villa Imperial, y la segunda parte del
documento muestra la transición de una parte del Convento a Museo de Santa
Teresa con importante legado de arte sacro que guarda en sus dependencias.
Aleyda Reyes es carmelita seglar, y el libro se publicó con
apoyo del Gobierno Municipal de Potosí.// PIEB.com.bo
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