El padre detiene el coche en un semáforo mientras su hijo mira pensativo por la ventanilla trasera. Antes de que la luz cambie a verde, el niño, que parece no aguantar más, se gira y le pregunta intrigado a su padre: “Papá, ¿por qué somos del Atleti?” Su progenitor se queda como bloqueado. En silencio. Sin respuesta.
No es la vida real, pero lo parece. Porque las imágenes de este anuncio publicitario del club de fútbol Atlético de Madrid muestran una reflexión que muchos niños madrileños se han hecho alguna vez. El autor del anuncio, Miguel García, aficionado confeso del equipo, lo corrobora. Reconoce que la idea surgió de la realidad: “Mi hijo me preguntó un día por qué seguíamos siendo del Atleti si en su clase casi todos eran del Real Madrid y además, el Atleti nunca ganaba”.
Ganar sí que gana. Pero solo a veces. Esa es quizá su seña de identidad, la irregularidad. “Es capaz de lo mejor y de lo peor”, añade un aficionado en la plaza de Neptuno, “puede ganar la Liga y la Copa en el mismo año y al siguiente bajar a 2ª división”. Porque el Atlético es un equipo entre dos aguas. No es un equipo del montón (es el tercer club español en número de títulos). Pero tampoco logra mantenerse en primera línea. Es el eterno aspirante a grande. Aún está lejos de alcanzar los títulos del Real Madrid y Barça. Y quizá esto es lo que ha cincelado el carácter especial del aficionado rojiblanco.
Probablemente el más especial del fútbol español.
Un dato que define el carácter del aficionado atlético: en el año 2000, cuatro años después de ganar su penúltima Liga, el equipo desciende a la 2ª división.
Como respuesta, el número de socios casi se duplica. Dicen que la derrota enseña más que la victoria. Parece que para el seguidor atlético la derrota une más que la victoria. Algo que no sucede en otras aficiones que, cuando los resultados no acompañan, desaparecen de los estadios.
La enseñanza que da ser aficionado rojiblanco es aprender a levantarse tras cada decepción. Porque para los atléticos una derrota dispara el sentimiento de solidaridad. Es motivo para apoyar con más ímpetu aún. Y es esta solidaridad la que une al grupo como si fuera pegamento. Ésta es la identidad del aficionado del equipo madrileño. Ya no es solo el “somos del mismo equipo” contra “los que son del otro equipo”. Lo que realmente cohesiona a todos los atléticos, lo que les convierte en una comunidad de sociabilidad densa, entusiasta y especialmente emotiva, es asumir que en el fútbol no hay ganadores ni perdedores, solo supervivientes. Aguantando, sin perder la fidelidad, de derrota en derrota, hasta la victoria final.
Por eso saben valorar los triunfos. Porque triunfar ha costado mucho. Están curtidos por los disgustos y la mala suerte. El equipo muchas veces se ha quedado a las puertas de la victoria, rozando la gloria con los dedos, pero sin llegar a alcanzarla. Si no hay sufrimiento, no es el Atleti. Como sucedió en la mítica final de la Copa de Europa de 1974. Un gol del Bayern en el último suspiro abrió un agujero en el bolsillo del Atlético, donde ya guardaba su primer gran título.
Solo es posible entender la intensidad emocional de este inquebrantable sentimiento de adhesión si consideramos al fútbol como algo más allá del hecho de ser una válvula de escape ante las exigencias de la vida cotidiana. El fútbol abre campos de integración, de pertenencia colectiva. Proporciona un sentido del “nosotros”. El que fuera entrenador del Liverpool, Bill Shankly, lo entendió así: “hay gente que cree que el fútbol es cuestión de vida o muerte.
Pero se equivocan, es mucho más que eso”.
Este año, 18 temporadas después de su último título liguero, el entrenador Simeone ha enseñado a la afición rojiblanca a rechazar los sueños, para disfrutar cada segundo de realidad. Dos días después de caer en la final de la Champions, miles de aficionados con el alma dolida por ese triunfo que otra vez se había evaporado de sus manos, se concentraron en las puertas del estadio de fútbol con gritos de agradecimiento a los jugadores por el esfuerzo.
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