El meditador y prolífico escritor mexicano Miguel Ruiz Jr. dice que somos bastante egocéntricos y que muchas de las cosas que hacemos en realidad las emprendemos porque nos brindan una satisfacción egoica ante los demás o ensalzan nuestra identidad en algún punto.
Así habla por ejemplo del veganismo como una actitud sincera y genuina o de un “acting” para crearse un personaje ante los demás:“pongamos que la mujer vegana usa ahora su identidad como catalizador para su amor condicional. Para merecer su amor debe ser una vegana estricta sin saltarse nunca una dieta, de lo contrario se juzga duramente a sí misma. Se rodea de otras personas veganas que confirman lo bueno que es serlo al aceptarse y juzgarse a sí mismas y a los demás midiéndose con este listón. Limita el trato con las personas de su vida que no son veganas e intenta domesticar a los seres queridos para que cambien de dieta, compadeciéndose de ellos por no compartir su punto de vista. Así que siempre está en conflicto con los puntos de vista distintos al suyo. Sigue una dieta sana, pero se impone a sí misma y a los demás el conocimiento que va ligado a su preferencia en la vida”.
Podemos pensar que esto mismo puede ocurrir no sólo con el veganismo sino también con aquellos que adhieren a causas ecológicas o a ayudas mediatizadas por ONG´s y Fundaciones, a la protección de animales, etc. Pueden actuar con corazón sincero o pueden crearse una identidad para merecer el respeto y la admiración de los demás.
Es cosa seria esto del egocentrismo. Pero donde más podemos ver esta pérdida de conciencia objetiva y de interconexión y nos limitamos a alimentar nuestro ego es en un partido de fútbol. Miguel Ruiz dice, algo irónicamente, que podemos ver un partido de muchas formas.
Cuatro miradas, el mismo partido
Por un lado, se puede ser un fanático empedernido que sólo quiere ganar a toda costa, que no escatima insultos e improperios al rival o al árbitro y que tiene un único objetivo válido: ganar. Este sería el caso delapego total al propio ego. Una forma de fusión acrítica al equipo propio.
Por otro lado, podemos ser un poquitín objetivos y alentar entusiastamente a nuestro equipo pero alcanzar a discernir la posibilidad de que las cosas no sean tal cual pensamos: aquí también hay sufrimiento, por supuesto, pero puede aparecer un vestigio de racionalidad que nos dice “bueno, este equipo puede ganarnos, es una posibilidad”. Quizás no seamos fanáticos, pero aun así nos cuesta tomar distancia del fenómeno deportivo y permanecemos aferrados a nuestro equipo.
En un tercer escenario, somos fan de nuestro equipo pero moderados. Queremos ganar pero vemos nuestras virtudes y defectos, y las de nuestros rivales, de tal forma que si el partido lo ganamos, festejamos con alegría pero sin excesos, y si perdemos lo lamentamos sin quebrarnos emocionalmente. Quizás podamos ser más discretos en nuestras exclamaciones y hasta podemos criticar si es preciso a nuestro equipo, sin despreciarlo.
En el último escenario, tenemos un equipo preferido pero en realidad disfrutamos más del juego, de la belleza y despliegue del espectáculo que del triunfo. Inclinamos la balanza a favor de nuestro equipo pero tenemos una calma impertérrita que alimenta nuestro sentido del deporte por su simple expresión. Siempre salimos indemnes de los partidos, ganemos o perdamos. Como no hay avidez mental ni apego al resultado, la experiencia es profunda y reveladora continuamente. Cada partido es único y por lo tanto nuestra vivencia también lo es.
¿Difícil no? Cuánto nos cuesta asumir este último escenario, despojarnos de nuestro ego y mirar con ojos de principiante, con receptividad, curiosidad y aprendizaje.
Hay un cuentito que dice que Jesús había ido a ver un partido entre protestantes y católicos. En el primer tiempo, convierten un gol los protestantes, y Jesús se levanta y festeja. En el segundo, convierten los católicos, y Jesús nuevamente se levanta y festeja. Una persona que lo ve desde atrás, sorprendido, se dirige a su compañero y le dice: “este debe ser ateo”. La enseñanza dice que Jesús disfrutaba del juego, no de quién ganaba.
Así que ya saben, próxima oportunidad para practicar este arte de limitar el apego: un partido de fútbol. Y no vendría mal comenzar el próximo fin de semana, fecha de clásicos futboleros.// Clarín.com
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