Hace 11 años un quiosco es el hogar de una abuela, hija y nieta

Desde hace 11 años, un pequeño quiosco de un metro de ancho y dos de largo y  alto es el hogar de doña Pofiria Chambi Villca,  de 78 años de edad; su hija Dionisia y su nieta Fresia. Doña Porfiria, quien no puede mover las piernas, resultado de un accidente, afirma que el dinero no les alcanza para alquilar un cuarto, sólo  para  pagar el almuerzo.

"El minibús me ha atropellado al subir a la Ceja y me he quedado así, sin moverme... desde entonces vivo aquí con mi hija y mi nieta, que me ayudan. Después del accidente me querían quitar mi puesto, así que del hospital he venido directo aquí”, aseguró  Porfiria entre sollozos desde el quiosco donde vive, ubicado en la Pérez Velasco a 10 pasos de la Federación de fabriles de La Paz, frente a la iglesia San Francisco.

Ella pasa días enteros casi en la misma posición, sentada; a veces gira a la izquierda o a la derecha, pero se mantiene siempre al  lado derecho del quiosco. Cubierta con bolsas de nailon grueso, visiblemente húmedo por el frío, con varios huecos y cubierto de polvo; doña Porfiria se limpia las lágrimas con sus delgadas manos.Historias de vida

"Tengo papel higiénico,  refrescos y dulces para vender, pero nadie me compra dulces desde hace años (llora), ni siquiera tengo chocolates, galletas o pipocas  para ofrecer... lo único que sale son los refrescos”, cuenta doña Porfiria. Las gaseosas que ofrece son personales que le dan una ganancia desde 20 hasta 30 bolivianos si fue un buen día.  Con la ganancia compra comida para ella, su hija y su nieta de 11 años de edad.

Su hija Dionisia se dedica a recolectar plástico y papel, para vender el  material reciclado y obtener un pequeño ingreso adicional todos los días. Sin embargo,  Porfiria cuenta que hace tres semanas su hija se fue a predicar a Perú o a Venezuela; ellas son cristianas. "No sé dónde está, ya son tres semanas que no regresa (llora), estoy solita,  no puedo taparme, no tengo ayuda”, indicó.

Fresia tampoco se encontraba en el lugar, doña Porfiria dijo que se fue a la escuela, de la que no recuerda el nombre.

¿Por qué viven ahí? se le consultó,  "porque no nos alcanza el dinero para pagar un alquiler ni un anticrético y además porque hace 11 años me querían quitar mi puesto”, respondió.

Su mirada se pierde  en el vacío, mientras se arregla sus blancos cabellos, así Porfiria recuerda el fatídico día de su accidente. "Estaba subiendo al minibús y ya no recuerdo nada, desperté en el hospital cuando ya me habían operado, me dolían los pies. Mi hija llegó a los tres días y no teníamos dinero”, recordó.

Según ella, el conductor del vehículo que provocó el accidente no tenía SOAT, pero se comprometió a reponer los gastos de salud de Porfiria, así que les entregó documentos de un terreno en El Alto para resarcir los daños. No obstante, al momento de comprobar la veracidad se llevó una gran decepción. "Esos papeles eran falsos; me ha engañado, ni diez bolivianos me ha dado para mis medicinas”, reclamó.

Debido al accidente los dirigentes del lugar intentaron quitarle su puesto de venta, por ello decidió quedarse ahí. Incluso recuerda que le pidieron figurar como la dueña de tres puestos sin serlo, para alquilarlos; pero no aceptó. Tampoco está carnetizada, aunque afirma tener documentos de su puesto.

El quiosco, cubierto con botellas de gaseosa, cartones, papeles y nailon por la noche es utilizado como un lugar de descanso de las tres, todas duermen sentadas, porque no hay espacio. "¡Aquí así  tengo que dormir sentada, que voy  hacer, me hace mucho frío, pero necesito más nailon para taparme de los costados!”, dijo.

Porfiria no puede moverse, por lo que usa pañales, su hija le ayuda con el aseo personal. El momento del almuerzo se vuelve más complicado, porque no  tienen cocina ni alimentos, así que  compran comida de la calle. "No puedo comer nada duro, pido algo suave y me riñen, es difícil comer para mí, a veces como a veces no”, señala mientras mastica coca para mitigar el hambre; ella  perdió la mayoría de sus dientes en el accidente.

  Lo único que pide doña Porfiria, oriunda de Coro Coro y que fue abandonada por su esposo, es que las autoridades la ayuden a vivir dignamente los últimos días que le quedan de vida. "Pido que me regalen una silla de ruedas para moverme yo misma, también quisiera tener una casita para que mi hija y mi nieta duerman en una cama de verdad, y tener un puestito de venta en el que yo me sienta útil. Quiero vivir como gente”, manifestó.// Página Siete

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