Historias locas de personajes increíbles

“El Choco” reparte flores a las mujeres que pasan por la calle 21 de Calacoto. “La Princesa” vive entre el cielo, la realeza y la tierra. “La Gordita” busca comida en los basureros. “Óscar” dirige el tráfico y el “Vincentti” habla tres idiomas por un cigarrillo.

Son personajes que caminan por las calles sin rumbo, porque padecen trastornos que los han separado de la realidad. Sin embargo, se dan modos para sobrevivir, tienen sus espacios en la ciudad e historias que contar.

Son conocidos pero a la vez rechazados, estigmatizados y hasta expulsados, primero por sus familiares, después por la sociedad y finalmente están desamparados por el Estado, que no tiene una política de salud mental.

Los miramos pero escapamos de ellos. “Porque te pueden pegar, no sabes cómo reaccionarán, de lejos se le puede arrojar comida, pero mejor si no te acercas”, advierte Saúl, un canillita de la avenida Mariscal Santa Cruz.

Algunos de los marginados arrastran consigo bolsas de plástico, comida que sacan de los basureros, frazadas desechas o simplemente recuerdos con los que salieron de casa. Pero cada uno de estos personajes deja su huella en el lugar donde viven o transcurren, porque en esos barrios y calles son conocidos.

Personajes como la Tía Núñez (la pianista que enloqueció por amor), el Maradona (quien realizaba  piruetas futbolísticas en el atrio de la UMSA), la Gripe y el Catarro (una pareja que se inmortalizó en el pasillo del Museo Costumbrista), la Oradora (que era el terror de los parlamentarios porque daba sus discursos en la plaza Murillo), el David (que pasaba con sus periódicos en San Pedro) y el Comandante Mamani, (el sindicalista y experto orador de la Plaza de los Héroes). Fueron y son parte de la cotidianidad paceña.

Fernando Garitano, jefe médico del centro de Rehabilitación y Salud Mental San Juan de Dios, confirma que la mayoría de las personas que están abandonadas en las calles tiene enfermedades mentales ligadas a trastornos psicóticos crónicos, que es un estado en el que los enfermos están fuera de la realidad. El origen del daño cerebral puede ser congénito o infeccioso, muchas veces se debe a la mala nutrición y problemas del desarrollo durante el embarazo.

Otra causa es el consumo de alcohol e inhalantes como la clefa a la que se llega por factores sociales, vinculados a la pobreza, la violencia intrafamiliar y el abandono, explica el especialista.

Al respecto, la OMS es tajante. “La subalimentación y la mala nutrición contribuyen mucho más que todas las otras causas juntas, y en un mayor porcentaje de casos, al retraso intelectual de los niños y a una función deficitaria en los adultos”.

‘La Princesa’ Vive en tres mundos y dice tener orígenes franceses.

Divaga entre tres realidades y mundos, la tierra, el cielo y la realeza. La llaman Princesa y se comporta como tal. Vive en el centro de Rehabilitación y Salud Mental San Juan de Dios, donde está internada hace ocho meses.

Se ganó el sobrenombre porque es muy delicada, paciente y respetuosa, (aunque aseguran que la encontraron gritando y haciendo escándalo en la avenida Mariscal Santa Cruz, desde donde fue remitida hace ocho meses).

Dice tener 17 años aunque su rostro revela que pasa los 45. En el centro nadie conoce su verdadero nombre porque fue trasladada por policías y desde que la dejaron allí nunca nadie reclamó por ella ni vinieron a visitarla, revela el padre Juan Ruiz.

“Yo soy simplemente una princesa. Soy así como me ves, hermosa, pero aquí (cree estar en el cielo) soy una diosa y vivo con mis hermanos que son santos, cuando era chiquitita me divertía a lo grande con papá Dios”, relata.

Hace todo un esfuerzo por pronunciar algunas palabras en francés. “Mis tíos son tipos franceses, pero yo no hablo porque eso es poco a poco ¿no?  Hablo un poco de inglish, linguisch y espanisch, ¿y tú hablas francés?”, pregunta con una sonrisa.

Todos la llaman princesa pero ella dice también ser una diosa y en momentos asegura llamarse Estrella. “Mi padre es Dios, mi hermano es Jesús y mis hermanas son diosas. Yo quería tener papá en momentos difíciles, pero vinieron tres extranjeros y mi papá (que es) Dios, no es el único, tengo otros tres papás, pero no me acuerdo sus nombres”.

Las manchas en sus mejillas y su frente cubren su rostro que refleja expresiones de dolor y tristeza. Y sus ojos revelan un profundo sufrimiento, pero se iluminan cuando habla de ella y su hijo.

Recorre todas las tardes el jardín del Centro de Salud Mental, se sienta en la banca principal y es atenta cuando alguien se acerca para conversar y preguntarle ¿Y tienes bebés?  “No, no, con quién voy a tener un bebé, tengo un hijo si del otro lado, (en la tierra) es Yelsin André Méndez Calle”. ¿Y cuántos años tiene tu hijo?  “No sé, cuando yo lo dejé tenía 17 años. Ya no sé cuántos años tiene. Estoy aquí muchos años”.

Mueve constantemente sus manos y sus pies, mira el ocaso y sonríe. Está dispuesta a recibir otra pregunta ¿Entonces te enamoraste? “Si me enamoré, pero ahora soy una persona solterita. Aquí me enamoré y en el otro lado (afuera) ya no recuerdo si he tenido un amor, pero eso con mucho cuidado,  qué va a decir la gente”, advierte.

Una y otra vez habla de sus tres espacios. Piensa que vive en el cielo con Dios y que  los demás internos son sus hermanos, a quienes los llama “santos”, pero a la ves dice ser una estrella y tiene aires de grandeza porque asegura ser descendiente de francés, pero no sabe en cuál de los espacios se encuentra en la actualidad.

Le gusta pintar y hacer trabajos manuales, pero ahora dice que estudia administración, sueña con hacer un diplomado y una maestría, asegura que al año se graduará, y que volverá a vivir con su padre y su hijo.

Al despedirse da la mano, un beso en la mejilla y regala una sonrisa, se queda en la banca pensando y mirando los muros del centro, donde comparte su vida con otros 160 pacientes que al igual que ella viven en su mundo.

‘La Gordita’ Vive en la calle y busca comida en los basureros

n Mide como un metro diez centímetros, tiene el rostro triste, sólo le queda un diente. Su aliento es fuerte, entre putrefacto y rancio. No habla pero hace todo el esfuerzo para pronunciar algunos vocablos en aymara y quechua, cuando siente que puede confiar en alguien para entablar una conversación.

Las canas que corren por su pelo, completamente despeinado, revelan que pasa los 60 años, sus calzados (ambos impares) están rotos y no tiene calcetines. Viste una falda azul rota y sucia, y lleva puesta una camisa de lana de la cual no se distingue ya el color. Encima lleva otra cantidad de chompas y carga dos bultos en los que tienen varias bolsas con comida.

Todos los días busca algo que comer en las bolsas y los basureros de la plaza de San Pedro, donde las dulceras la conocen como “la loquita”. “No hay que molestarla sino te insulta y te grita” asegura doña Míriam la dulcera.

¿Qué buscas en estas bolsas? “Hahaha (balbucea) todo, todo esta comiditay”. ¿Cuántos años tienes? “Comiditay, largos años, largos, largos, dos, dos no más tengo”, responde en aymara .

La conocen como María, algunos alcohólicos la llaman Juana, otros Gordita, pero ella dice no saber cómo se llama, ¿Cómo te llamas?, “hahaha hi, no tengo nombre”, responde.

En su conversación hace referencia a una hija ¿Tienes hijitos? “Sihi si”(muestra el cielo). La llama “Imillitay”, “Aquí me pegan, aquisito, aquisito esta, comiditay”. Uno de los alcohólicos que también está en la plaza de San Pedro, dice que todos la conocen como Juanita, relata que tiene dos hijos, “Aquí vive y aquí morirá, ella vive su vida”.

Después de 40 minutos de intentar entablar una conversación, mira con quién habla y se va. Se acerca a los basureros y vuelve a su actividad cotidiana, buscar comida.

‘El Choco’ Regala flores a las mujeres y cuida autos por unas monedas

Siempre tiene entre sus manos un ramo de flores que regala a las mujeres que están en sus vehículos o pasan por la calle 21 de Calacoto. Como retribución recibe una moneda. Todos lo conocen como “el Choco”, pero otros lo llaman también “el Choco loco”, como la gente que lo conoce hace 30 años en la iglesia de San Miguel.

    Todos los días viene en el bus 155 hasta la calle 18 de la avenida Ballivián, donde inicia la recolección de flores de las jardineras. Allí es víctima de golpes, insultos y hasta mojado por los funcionarios municipales que cuidan los espacios verdes, según Juana, la señora que vende periódicos en la calle 21 de Calacoto.

Es de tez clara, pero quemada, ojos verdes, pelo rubio y tiene la nariz rota. Aparenta tener 30 años, siempre está limpio y con una gorra verde. Algunas, cicatrices y ampollas se ven en sus brazos y manos.

El Choco no entabla una conversación con facilidad y confianza ¿No te hace frío? “No, no”.  ¿Dónde vives? se le pregunta. “No no, en Pampahasi, allí allí (mueve su cabeza señalando la plaza de la iglesia de San Miguel)”.

Habla de su madre Herminia y Lourdes, su hermana que habría muerto hace pocos días. ¿Tienes hermanos? “Ayer murió mi hermana Lourdes, un ataque al corazón, no le han curado, está muerta”, dice.

Al hablar rehúye el contacto visual y busca con la mirada un espacio donde fijar sus ojos. Mueve su cabeza  constantemente y revela que le gusta San Miguel. ¿Cuántos años estás aquí? “Ahh dos”. ¿Cuando eras niño vivías con tus papás? “Aquí desde chiquito”.

‘El Vincentti’ Está internado hace 39 años. Es personaje en Sucre

Su personalidad y su carisma marcaron historia en las calles de Sucre. Luis Eduardo Vincentti Villegas, abogado de profesión y tataranieto del autor de la música del himno nacional, Leopoldo Benedetto Vincentti, es un personaje tanto dentro, como fuera del psiquiátrico “Gregorio Pacheco”. Está internado desde 1972, hace 39 años.

Fue un hombre culto, hablaba tres idiomas (inglés, alemán y francés), logró alcanzar el título de abogado en la ciudad de La Paz. Cuando se refiere a su familia, su rostro cambia. “Se olvidaron de mí”, responde rápidamente y pasa a otro tema. Luego, pregunta: “¿Me puedes regalar un pesito?” ¿Para qué? “Para mis cigarritos”.

Dice que su papá, Isaac Vincentti Barrientos, soldado de la Guerra del Chaco, le comentó que su tatarabuelo hizo la música del himno nacional. “Mi tatarabuelo era romano, de Italia vino el siglo pasado y se casó en La Paz”. También comenta con orgullo: “Soy paceño, boliviano y nunca me olvido” y en ese momento comienza a cantar la primera estrofa del himno nacional.

Hasta hace unos cuatro años, Vincentti era un patrimonio del mercado central. Sobre la calle Junín vendía productos que él mismo fabricaba o simplemente comercializaba mercancías que las propias vendedoras de ese centro de abasto le proporcionaban para que se gane unos pesos. La edad y su estado de salud le obligaron a dejar la actividad que lo mantenía en contacto con la realidad. Este personaje sucrense termina la conversación diciendo: “¿Un cigarrito?”, saca uno del bolsillo y se va.

‘Óscar, el barita’ corre y hace ejercicios antes de dirigir el tráfico

En lluvia o en sol, está siempre predispuesto a dirigir el tráfico y orientar a los choferes, pero antes de iniciar su tarea cotidiana, corre, trota y hace ejercicios en la calle Murillo y la Plaza Eguino, donde se lo encuentra todos los días.

Viste un buzo deportivo, que por el gasto revela algunos agujeros y una chompa que también esta delgada de tanto ser usada.

Es delgado y de tez morena tiene el pelo muy corto. Aunque su nombre es Óscar, las dulceras, los choferes y los agentes de parada lo conocen como el “barita de la Murillo” o “el loquito”.

Las personas que pasan por esta vía lo miran y se pasan de largo, pero Don José se para y al preguntarle por qué lo mira así responde, “está loquito, mira como corre y vuelve en retro además está lloviendo y a él creo que no le hace frío. Debe estar loquito”. Otra mujer presume que es deficiente mental, porque hace de agente de parada. “Creo que le gusta ser barita, porque dirige el tráfico. Mire, corre detrás de los minibuses y  los choferes no le hacen caso”, comenta.

Cuando uno se acerca a él para poder hablarle, él responde ¿Hola cómo te llamas? “Óscar” responde. ¿Cuántos años estás aquí? “Ocho años”, dice con una mueca  mientras intenta seguir dirigiendo el tráfico.

¿Dónde vives? “En Munaypata con mi mamá, pero ahora estoy ocupado ven otro día” dice y continúa su labor. Una de las dulceras revela que tiene un hermano que es alcohólico y un sobrino que sólo lo recuerda cuando necesita dinero.

Doña María, la dulcera del lugar, cuenta que en una oportunidad Óscar rompió un vaso, después de tomar un jugo de naranja y le quiso pagar un boliviano. “Es agresivo, me lo ha roto un vaso, le he cobrado y se ha enojado. Desde entonces yo le tengo miedo. Además no esta loco se hace pasar por loquito porque gana dinero”

La Razón

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