Hace dos décadas que el italiano Pablo Schwarz llegó a Bolivia para invertir en la actividad minera. En 1995 obtuvo
sus primeras 21 concesiones en Huaripampa, una comunidad ubicada en Villa
Vilaque, en el municipio de Pucarani de La Paz, donde instaló su empresa Puerta
del Sol. Pero en 2007, la mina fue avasallada por los mismos pobladores a los
que había dado trabajo.
A ocho años del hecho, aún mantiene la esperanza de recuperar
su inversión. Aunque hubo al menos seis intentos policiales para recuperar la
veta, ni autoridades judiciales ni el Gobierno pudieron torcer el brazo de los
lugareños, quienes ahora explotan el oro, el bismuto y el estaño de esos
parajes, y no permiten el ingreso de forasteros. “Es muy riesgoso”, advierte
Schwarz.
Su caso es una de las 511 denuncias por invasión, bloqueo u
obstrucción de actividades mineras que la Autoridad Jurisdiccional
Administrativa Minera (AJAM) tiene registradas desde 1997 hasta 2014 (ver
infografía de las páginas 8 y 9). Del total, 200 fueron probadas, es decir, en
éstas se estableció que hubo perjuicio al normal desarrollo de las labores
productivas y se remitió antecedentes al Ministerio Público.
No obstante, ninguna de las investigaciones recibió una sanción
penal hasta la fecha, pese a la instalación de juicios y la vigencia desde 2013
de la Ley 367 contra el Avasallamiento de Minas, que incorpora la ocupación
ilegal de predios mineros y castiga el delito con entre cuatro y ocho años de
privación de libertad, y con entre tres y seis años por compraventa irregular de
minerales. El viceministro de Cooperativas Mineras, José Luis Chorolque, admite
que es difícil probar la “culpabilidad total” de los involucrados (leer
entrevista de la página 16).

Mineros cuyas concesiones fueron afectadas por este problema,
autoridades gubernamentales y representantes de la Fiscalía entrevistados,
coinciden en que la falta de sentencias judiciales para los avasalladores, el
incumplimiento de las normas y la imposibilidad de restablecer operaciones en
los sitios ocupados ilícitamente se deben, sobre todo, a tres trabas.
El primer escollo es la retardación de justicia. Los procesos
se vuelven largos y tediosos, debido a que quienes ocupan los terrenos
interponen una serie de recursos legales conocidos como “chicanerías”, que
impiden una resolución inmediata de parte de las autoridades. Aparte, la Policía
no puede hacer cumplir la fuerza de la ley por la presión de los pobladores,
quienes incluso recurren a la violencia para evitar el ingreso a las áreas
mineras en disputa.
Las averiguaciones se dificultan debido a que los lugares de
las tomas ilegales son alejados, de difícil acceso, lo que se constituye en un
segundo obstáculo. “La distancia de los sitios invadidos perjudica el proceso,
porque la mayoría se encuentra a varias horas de viaje por carreteras”, según
Chorolque. Ante esto, los investigadores no pueden recolectar las pruebas que
incriminen a los responsables.
Y como tercer inconveniente, los afectados se ven limitados en
los recursos económicos que deben erogar para recuperar sus áreas de trabajo.
“Cada vez tenemos que pagar a los abogados para que estén atentos a lo que
determine la Fiscalía. Eso nos cuesta plata, aparte de tiempo y no podemos estar
constantemente presionándolos para que vean nuestro caso”, relata Miguel
Callata, dirigente de la cooperativa Nueva Esperanza, cuya concesión en orillas
del río Chaquety, en el municipio paceño de La Asunta, fue ocupada por lugareños
de esa región.
De las otras 311 denuncias que llegaron a la AJAM, 191 fueron
abandonadas por los solicitantes, o sea los procesos quedaron inconclusos; 51
fueron declaradas improbadas; en otras 26, los perjudicados apelaron al
desistimiento; mientras que 20 se extinguieron, 15 fueron rechazadas y 8
terminaron en conciliación.
La mayor parte de las quejas se presentó en el departamento de
La Paz, con 197 entre 1997 y 2014; seguido por Santa Cruz, con 76 casos;
Potosí, con 74; Oruro, con 68; Cochabamba, con 64, y Tarija, con 32. Cuando se
presenta una denuncia, los damnificados piden un amparo administrativo a la
AJAM, previsto en la Ley 535 de Minería y Metalurgia. El recurso tiene como
finalidad proteger los derechos otorgados a titulares u operadores legales de
actividades mineras, cuyas áreas, lugares de actividad o trabajo, instalaciones,
campamentos u otras dependencias son objeto de invasión, bloqueo u obstrucción
de caminos o accesos a los parajes.
Tras un proceso, que incluye la verificación de las concesiones
supuestamente ocupadas, la entidad emite una resolución administrativa y, a la
par, remite antecedentes a la Fiscalía departamental para que se inicie una
investigación, si el hecho fue comprobado. Sin embargo, ratifica el fiscal
Marcelo Rollano, generalmente los representantes del Ministerio Público tienen
dificultades para llegar hasta los sitios en disputa. “Por la distancia y por la
poca accesibilidad, averiguar en el lugar de los hechos se vuelve muy complejo”.
Por ello, los afectados no hallan una solución oportuna.
Schwarz es víctima de ello. Informa que acudió a varias entidades
gubernamentales, entre ellas la AJAM, pero siente indiferencia a su reclamo; más
aún porque le dieron falsas expectativas, al igual que a sus trabajadores, que
quedaron cesantes. Igual interpuso una denuncia ante la Fiscalía, en 2007, pero
ya son más de ocho años de peregrinaje por los juzgados de tres municipios.
“No hay justicia”, expresa con un dejo de pesar, aunque sigue
en la lucha para recuperar sus concesiones y su maquinaria. Confiesa que durante
estos años, la demanda que inició se topó con “chicanerías” y el proceso se
alargó. Su caso comenzó en la jurisdicción de Pucarani, pasó a la de Achacachi y
desembocó en juzgados de El Alto. Sin embargo, en octubre de este año retornó a
Pucarani.
DELITO. El inversionista no volvió a ver hasta
ahora los más de $us 14,5 millones que invirtió para la explotación del oro, el
bismuto y el estaño en las 120 cuadrículas (cada una con un área de 500 metros
cuadrados) situadas en Villa Vilaque. “Mi ingenio era monstruoso”, recuerda el
europeo. Tenía nueve camiones, dos excavadoras, una pala y tres orugas
cargadoras, chancadoras, mesas vibradoras, concentradoras. Construyó almacenes
para los minerales e instaló generadores de energía eléctrica.
Complementa que la toma de la mina por parte de algunos
comunarios fue solo el corolario de una serie de acciones realizadas con
anterioridad, como el robo de diésel y de metales. Cuando fue desalojado, toda
la infraestructura y la maquinaria quedaron en poder de los invasores. Asegura
que la veta es administrada por una familia, bajo el alegato de que la tierra
les pertenece y que es una decisión comunal. Denuncia que los involucrados
buscan inversionistas para extraer los minerales, y que no pagan impuestos y
causaron graves daños medioambientales.
En mayo, el ministro de Minería y Metalurgia, César Navarro,
anunció que el Estado aplicará estrictamente la Ley 367, pero hasta ahora no hay
sanción penal alguna.
Hay otros damnificados que notan desinterés del Ministerio
Público para impulsar las investigaciones, más allá de que las regiones donde
ocurren estos hechos sean distantes. Así ocurre con la toma ilegal protagonizada
por comunarios de Tacuaral, en predios de la cooperativa Nueva Esperanza de
Chaquety, en noviembre de 2013.
Los socios acudieron a la Fiscalía de Chulumani, donde el
proceso se cerró después de seis meses de iniciado porque el abogado de los
afectados no realizó un buen seguimiento y se cambió al fiscal, dice Erick
Callata, secretario general de los cuentapropistas.
Si bien el empresario Schwarz, los cooperativistas de Nueva
Esperanza, entre otros mineros, decidieron entablar denuncias por lo ocurrido en
sus áreas otorgadas por el Estado, otros prefieren no interponer una demanda
para no tener que lidiar con el sistema judicial y optan por la firma de un
pacto con los avasalladores. “Es mejor transar, acordar y no llegar a instancias
legales donde se pierde dinero y tiempo, y no se llega a ninguna solución”,
remarca Hernán Montero, secretario de Minería de la Federación Nacional de
Cooperativistas Mineras (Fencomin).
Lo mismo piensa el secretario general de la Federación de
Cooperativas Mineras Auríferas del Norte de La Paz (Fecoman), Julián Chino,
quien sostiene que cuando los campamentos o las áreas de trabajo de sus
afiliados son ocupados por pobladores, prefieren compartirlos para evitar la
pérdida total de sus concesiones y, en algunos casos, su inversión. “Tenemos que
dialogar con los comunarios y finalmente llegar a un acuerdo; por esto hemos
optado algunas cooperativas”.
Para tener una mejor relación con los lugareños, inversionistas
en el rubro, sean pequeños mineros o cooperativistas, coinciden en que es
recomendable “colaborar” en la construcción de caminos, unidades educativas o
brindar equipamiento para el beneficio de las poblaciones y así continuar con la
explotación de minerales sin conflictos de por medio. “Nosotros, por voluntad
propia, en cualquier rincón del país siempre hemos construido vías. Hemos
instalado electricidad, llevado postas sanitarias y educación, pero inclusive
así tenemos que sufrir la extorsión que nos hacen algunas comunidades”, se
lamenta Montero.
Saturnino Ramos, presidente de la Cámara Nacional de Minas
(Canalmin), reconoce que es mejor “llevar la fiesta en paz” y realizar obras
para los poblados o que sus habitantes sean parte de las concesiones y extraigan
el mineral en conjunto, ya que lo contrario es un pretexto para la
confrontación. “Varias cosas se resolvieron con comunidades a través del
diálogo: las incorporamos en la operación minera o nos piden que trabajemos una
parte o hagamos una escuela, una casa de gobierno, una cancha. Hay esos
excesos”.
Por esta razón el dirigente aconseja a sus afiliados entablar
conversaciones amistosas, antes que las pugnas de intereses. “Cuando hay temas
de servicios básicos, como caminos, todo eso se trabaja de manera que se busque
el beneficio de las partes y no se llegue a un enfrentamiento, porque, quiérase
o no, el tema de la explotación minera origina un interés”.
Una de las causas que alienta las ocupaciones de predios
mineros, según el secretario de Justicia de la Confederación Sindical Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), Rodolfo Machaca, es que quienes
explotan el mineral en sus territorios no son gente del lugar.
Para él, la tierra es de quienes la habitan, incluso los
recursos naturales, y considera que los avasallamientos ocurren porque los
concesionarios no solicitan la autorización de los lugareños. “En las
poblaciones donde existen minerales, las cooperativas aparecen como dueñas sin
el conocimiento, ni permiso de los habitantes. No anuncian que van a ingresar y
es por ello que surgen estos conflictos”.
Para sustentar su alegato, Machaca enuncia el artículo 349 de
la Constitución Política del Estado, que determina que “Las riquezas naturales
son de propiedad del pueblo boliviano y el Estado es solo el operador de estos
recursos en función del interés colectivo”. Precisamente éste es el precepto que
los campesinos enarbolan para evitar que se exploten sus tierras, a pesar de que
los empresarios tienen autorización estatal para el desarrollo de las
actividades mineras, por las cuales inclusive pagan un monto de dinero anual.
Sin embargo, Montero manifiesta que ese mandato constitucional
es malinterpretado por pobladores. “No he visto en ninguna parte de la normativa
que diga que la tierra es de los comunarios, entonces no sé por qué ellos
piensan que tienen el derecho a los recursos minerales”.
No obstante, para los habitantes de Tacuaral, en el municipio
de La Asunta, está claro que el territorio que habitan es de su propiedad. Por
esto, aunque los socios de Nueva Esperanza de Chaquety tienen aval del Estado
para operar en el río, decidieron intervenir entre cuatro y cinco de las 20
cuadrículas de la cooperativa, y secuestrar su maquinaria que fue alquilada.
Froilán Bautista, representante de los pobladores, explica que se desalojó por
la fuerza a los cooperativistas de su campamento y se decidió explotar el oro
porque los mineros son considerados “invasores”.
Otra de las fuentes para estas tomas identificada por los
damnificados es que cuando los avasalladores notan que un distrito minero ya
está constituido, recién se lanzan a apoderarse de las áreas de trabajo por su
infraestructura y su maquinaria. El presidente de la Confederación de
Cooperativas de Bolivia (Concobol), Albino García, señala que esto es moneda
corriente, ya que así los involucrados ingresan a trabajar con toda la mesa
servida.
De acuerdo con las fuentes entrevistadas, existe mayor interés
de los campesinos por las concesiones donde se explota oro, sobre todo en zonas
del norte de La Paz como Teoponte, Tipuani, Mapiri y Guanay. Es que es uno de
los metales que reporta más ganancias por los precios internacionales vigentes.
Y esta ambición incluso desemboca en tragedias, como lo ocurrido en la
cooperativa aurífera Rosario de Ananea, en el municipio de Tacacoma, de la
provincia paceña Larecaja.
El 15 de agosto se reportó allí un enfrentamiento entre
comunarios y cuentapropistas. Para poner orden en el conflicto llegaron
efectivos policiales, pero fueron sorprendidos por los lugareños, quienes los
tomaron de rehenes y, según las investigaciones, arrojaron al precipicio al
sargento José Quispe, quien falleció por politraumatismos. Este suceso, que es
de conocimiento del Ministerio Público, cuenta con dos causas abiertas, una por
el avasallamiento y otra por homicidio.
Otra ocupación ilegal que acabó con muertes se registró en la
cooperativa Cruz del Sur, el 25 de octubre. Los habitantes de Trinidad Pampa,
del municipio de Coripata, en la provincia Nor Yungas de La Paz, invadieron las
áreas mineras, por lo cual se reactivó la disputa, incluso con el empleo de
armas de fuego.
El saldo fue de tres decesos y seis heridos. “Nosotros hemos
escapado por nuestras vidas y mi hermano trató de huir, pero lo han matado, le
dispararon en el camino”, recordó Elvira Balmaceda, hermana de Édgar, quien
falleció con un impacto de bala. Eran las 06.00, “cuando los comunarios con
armas en mano nos sorprendieron y empezaron a disparar y a dinamitar, han usado
metralletas”, indicó uno de los cooperativistas.
Tras el hecho, los cuentapropistas acudieron ante la AJAM, que
certificó que las más de 10 cuadrículas pertenecen a Cruz del Sur, informa
Benito Mamani, representante legal de la sociedad. Hay tres detenidos
preventivos por lo sucedido. Más todavía, el caso fue remitido al Ministerio
Público para entablar la investigación penal.
El director Nacional de Sustancias Controladas, Medio Ambiente,
Aduanas y Fronteras de la Fiscalía General, Freddy Larrea, comenta que cuando se
registran este tipo de hechos se actúa de oficio. “Han habido enfrentamientos,
hay elementos que configuran el tipo penal, entonces sí se procede a realizar la
averiguación”. Pero el proceso no avanza y la labor de los cooperativistas
continúa paralizada en el lugar.
Algo es claro, el precio de los minerales es un imán para estos
avasallamientos. Y si bien existe una baja en la cotización del oro, ello no es
un obstáculo para que pobladores decidan ocupar vetas auríferas concedidas por
el Estado. Héctor Córdova, expresidente de la Corporación Minera de Bolivia
(Comibol), atribuye precisamente a este asunto las actuales invasiones: la onza
troy del metal llegó a cotizarse en 2014 a $us 1.256.
“La minería en los últimos años está sufriendo el problema de
avasallamientos, particularmente en el sector aurífero y es porque el precio del
oro está en un buen nivel, y con los costos de operación que no han variado
sustancialmente, sobre todo por la minería artesanal, entonces las utilidades
siguen siendo interesantes y es por esto que vemos este tipo de hechos”. Según
datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la cotización de este
metal reportó sus picos más altos entre 2011 y 2012, con $us 1.561 y $us 1.660
la onza troy, respectivamente (revisar la infografía de las páginas 14 y 15), lo
que se reprodujo en los precios de los otros minerales.
La AJAM señala que en los años en que hubo este boom, se
reportó la mayor cantidad de ocupaciones ilegales de minas. Actualmente el
precio del gramo de oro alcanza entre Bs 200 y 220 en el mercado local, algo
todavía apetecible para quienes se animan a impulsar estos avasallamimientos.
Eso no es todo. Córdoba menciona que si bien las tomas son frecuentes en zonas
auríferas, la mayoría no sale a la luz porque las partes prefieren llegar a
acuerdos. Una medida que es apoyada por el viceministro Chorolque, quien
aconseja la negociación para terminar con las diferencias. “Es la mejor
solución”.
Y así como los precios cayeron, los avasallamientos de predios
mineros igualmente disminuyeron. No obstante, el norte paceño continúa siendo el
epicentro de los conflictos, con el oro como protagonista. Y las autoridades
temen que esta situación no cambie, por lo menos en lo inmediato.// La
Razón.com
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