Ha pasado tres años y más de 10 meses, desde que el caso Alexander saliera a la luz pública, y para la enfermera Lola Rodríguez, que trabajó en el hogar Virgen de Fátima, pareciera que fue ayer cuando fue acusada e imputada por el delito de encubrimiento por la supuesta violación al bebé de ocho meses.
La mujer de 40 años, muy afectada por este proceso, cuenta cómo son sus días desde que estalló el caso el 13 de noviembre de 2014, cuando autoridades y medios de comunicación informaban sobre la violación y muerte de un menor de ocho meses que estaba albergado en el Hogar Virgen de Fátima, ahora llamado “Niño Jesús”.
El caso consternó a la población boliviana que exigía justicia para el pequeño. Las autoridades buscaban a los culpables del “delito”.
Ese día, ella estaba de turno en el centro de acogida y a cargo del cuidado de los niños, entre ellos Alexander, que por azares del destino llegó a esa institución, luego de que fuera rescatado de sus padres alcohólicos.
Cuenta que por la muerte del niño y las audiencias, además de los insultos que recibía de la gente que la consideraba culpable del deceso de Alexander, se deprimió bastante, al punto que llegó a tomar bebidas alcohólicas y e incluso pensó en terminar con su sufrimiento.
“Era una persona normal, una madre que con su trabajo se encargaba de sus hijos. Pero desde la muerte de Alexander me siento muy mal, todo ha cambiado para mí”, revela Rodríguez.
La situación se agravó para ella cuando el padre de sus dos hijos -una niña y un niño- le pidió “tiempo” y puso en cuestión su matrimonio. Eso empeoró su estado emocional y afectó su empleo, que además no podía mantener pos las constantes audiencias –dos días a la semana- a las que debía asistir y que en muchas ocasiones se postergaban.
“Había días en los cuales solo quería tomar y tomar. A raíz de eso he tenido problemas con mi familia. Con mi esposo nos hemos dado tiempo, nos hemos separado y lloraba. Incluso he pensado en terminar mi sufrimiento. Solo mis hijitos me cuidaban y trataban de calmarme, ‘ya no llores mamita’, me decían”, recuerda acongojada.
De enfermera a vendedora de comida
Intentó seguir adelante con su vida, pero en definitiva, la asistencia obligatoria a las audiencias le impedía en los hechos mantener un trabajo, y tampoco pudo conseguir otro, le cerraron las puertas. Vio en la venta de comida y gelatinas una salida a su crisis para mantener a sus dos hijos, pero ante la insuficiencia de dinero, también optó por vender “linaza caliente” por las noches.
“Me he dedicado a vender comida, gelatina y por las noches linaza para sostener a mis hijos”, señala.
Una vez que salió la sentencia en su contra, donde las autoridades judiciales dictaron dos años de prisión para Lola, ella decidió migrar al área rural para probar suerte e “iniciar de cero”, pero el sufrimiento y el trauma por el caso Alexander la persiguen y aún no ha podido superar esa etapa.
“A veces recuerdo como los jueces amenazaban a los testigos, siempre he dicho que el doctor era inocente, él era joven y por ser el único varón del hogar lo acusaron de violación, pero no es así. Las autoridades nunca han escuchado. Cuando ha salido la sentencia me fui a Humala a empezar de cero, pero no se puede con esta pena”, dice.
La divulgación del audio de la jueza Patricia Pacajes, en el que admite la inocencia del galeno Jhiery Fernández, para la enfermera es “una esperanza” para que el médico salga en libertad, pero al mismo tiempo le causa dolor tener que revivir el drama que le costó su trabajo y su familia.
Afirma que no pedirá resarcimiento, solo exige la libertad del médico Fernández y pide a las autoridades actuar con transparencia ante este tipo de casos y así evitar que se destruyan vidas de personas inocentes y sus familias
“Solo quiero vivir tranquila, que liberen al doctor. Cuando eso ocurra voy a creer en la justicia, porque ahora no creo”, remarca.
La mujer dice que sus hijos también fueron víctimas del caso Alexander, la exposición de su imagen en diferentes medios de comunicación hizo que sus pequeños reciban maltratos en su colegio e incluso fueran excluidos de diferentes actividades por los padres de sus compañeros.
“A mí me han destrozado, mis hijos viven en La Paz, ellos también han sido víctimas de este caso. En ese tiempo mi hija tenía 9 años y mi hijito iba al kínder. Sus amiguitos le decían que su mamá era culpable por salir en la tele. Ni los papás querían hablarles”, lamenta.
Agrega que su hija mayor tenía la ilusión de estudiar la carrera de Medicina, pero que por esa amarga experiencia ahora no quiere ni oír sobre el área de salud.
“Se ha quedado con ese trauma. Me duele que eso les suceda a ellos”, afirma.// ANF
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