A pesar de haber transcurrido ya 190 años de la proclamación de
la independencia del Alto Perú, los historiadores no cesan en sus disquisiciones
respecto a las causas que obligaron a los habitantes de la antigua Audiencia de
Charcas a esperar 16 años desde la constitución de las Juntas de Chuquisaca y La
Paz, hasta la firma del Acta de Independencia, el 6 de agosto de 1825, período
en que diversos alzamientos en las principales ciudades de la Audiencia, la
constitución de republiquetas, la llegada de tres ejércitos auxiliares de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, las sangrientas represiones de los
enviados de la metrópoli y el primer frustrado intento libertario desde el
norte, por parte del Ejército Libertador de la Gran Colombia, al mando de Andrés
Santa Cruz, al fin tiene su punto de inflexión definitiva con la entrada a La
Paz del ejército victorioso en Ayacucho.
Ciertamente, fueron 16 años de incertidumbre para los hombres y
mujeres que habitaban este territorio, en los que se intercalaron momentos de
lucha, de zozobra y de tensa calma, antes de que Sucre, aconsejado por el doctor
altoperuano Casimiro Olañeta —y contra los deseos de Bolívar—, emita el decreto
de convocatoria a la Asamblea que definiría el futuro del Alto Perú. Pero,
¿fueron solamente los sucesos apenas previos a esos 16 años a los que debemos
remitirnos para encontrar la respuesta a tan, aparentemente, larga espera?
Mucho antes de los acontecimientos de 1809, la Audiencia de
Charcas mostraba una larga y numerosa sucesión de levantamientos de criollos y
mestizos –siendo el primero el del artesano Alejo Calatayud en 1730,
precisamente en el corazón del Alto Perú, Cochabamba–, los que han sido
analizados por diversos historiadores, quedando abierta hasta hoy la incógnita
si realmente tuvieron directa influencia en los prolegómenos de la lucha
libertaria del segundo decenio del siglo XIX o, en cambio, se trataron de hechos
aislados, devenidos como respuestas violentas a razones del momento.
Connotados
investigadores se preocuparon de responder dicha incógnita, llegando a la
coincidente opinión de no existir un hilo de continuidad entre las revueltas del
siglo XVIII y la lucha que en el siguiente siglo dio fin con el colonialismo
español en esta parte del mundo. Gustavo Rodríguez Ostria, en su excelente
“Morir Matando. Poder, guerra e insurrección en Cochabamba, 1781-1812”, nos
recuerda que “(…) Aguirre, Viscarra, y algo más tarde, albores del siglo XX,
José Macedonio Urquidi, como historiadores contemporáneos, hicieron de Calatayud
un protomártir y una posta adelantada de la carrera de la Independencia;
constituyendo un sólido antecedente para el orgullo regional. ¿Lo fue
realmente?”.
Apoyándose en la tesis doctoral de Patricia Cazier, que afirma
que Calatayud y sus huestes mestizas sólo buscaron con su levantamiento
preservar los privilegios otorgados por el soberano español y que en ningún
momento sus propuestas buscaban la salida del sistema colonial, Rodríguez
concluye: “Si bien la revuelta de 1730, que pasó como una ráfaga caliente,
impactó en la coyuntura a los grupos de poder, no vieron en ella en el largo
plazo una amenaza ni el despertar de un sujeto histórico, que había que temer o
venerar. Es sugestivo que durante la insurrección de 1810 a 1812 la figura de
Calatayud no fuera evocada en ninguna de estas posibilidades. Simplemente no se
levantará su nombre”.
Igualmente, Charles Arnade es enfático al afirmar que las
rebeliones de 1730, 1739 (Oruro), 1780 (Cuzco), 1781 (La Paz) y una centena más
de pequeñas revueltas y algaradas no influyeron en los doctores de Charcas, que,
aprovechando las alarmantes noticias que llegaban de la metrópoli —la invasión
napoleónica, la deposición de Carlos IV, el cautiverio de Fernando VII y la
constitución de la Junta de Sevilla—, lanzaron el primer grito libertario en el
Alto Perú. Arnade afirma que, en ese momento, “el régimen español en Charcas era
respetado y el rey amado. Unido, todo el pueblo luchó contra la rebelión
indígena al final del siglo; y unido todo el pueblo de Charcas se mantuvo
preparado para ayudar a repeler a los indígenas en caso de que éstos hubieran
sido victoriosos en el área de Buenos Aires”.
Pero, ¿fue cierto que los luego conocidos como protomártires de
la Independencia ignoraron o desdeñaron esos antecedentes y, por decirlo de
algún modo, “comenzaron de cero” su alzamiento? Tal vez lo que viene a
continuación, ayude a encontrar la respuesta.
Hace poco, tomé conocimiento de la existencia de un singular
personaje, el jesuita Juan Pablo Viscardo y Guzmán, quien habría actuado de
puente entre los rebeldes del siglo XVIII y los doctores de Chuquisaca.
Injustamente olvidado por nuestros cronistas, ha sido rescatado para la memoria
por el inglés David A. Brading, en su magnífico y meticuloso Orbe Indiano. De la
Monarquía Católica a la República Criolla, 1492-1867, recordando que el
sacerdote peruano escribió poco antes de fallecer en 1798, en Londres –donde
residía desde 1781, tratando vanamente de convencer al gobierno británico que
conquistara la costa del Pacífico americano–, su Carta Dirigida a los Españoles
Americanos, en la que “(…) por primera vez un criollo exhortaba a sus
compatriotas a rebelarse contra la Corona española y alcanzar su libertad”.
Rechazando las afirmaciones de sus hermanos de Orden italianos
sobre una supuesta “generosidad de ánimo” de los españoles residentes en
América, Viscardo se ocupa de revisar, a la luz del pensamiento de Montesquieu y
Tomas Paine, los disturbios en Cuzco de 1780, observando que “(...) habían sido
precedidos por levantamientos en Cochabamba en 1730 y en Quito en 1764, cuando
los mestizos se amotinaron contra los españoles europeos; estos movimientos
fueron sofocados gracias a la intervención del clero y de los terratenientes
criollos”. Además, el sacerdote hace otro inapreciable aporte para incitar a la
rebelión de sus connacionales, al aseverar que el reinado de Carlos III marcaba
un giro en las relaciones de la metrópoli con sus colonias. De este análisis,
Brading concluye que “encontramos aquí un inapreciable testimonio de que la
reconquista borbónica de América, iniciada por Carlos III y sus ministros,
enajenó a la élite criolla, provocando a la postre su participación en los
movimientos de independencia”.
La Carta de Viscardo llegó a manos del patriota venezolano
Francisco de Miranda, a través del cónsul de los Estados Unidos en Londres,
Rufus King, trayéndola a América y distribuyéndola en sus principales centros de
pensamiento. Así, en 1807, era leída ávidamente en la Universidad San Francisco
Javier, gracias a las copias sacadas por Mariano Moreno, el abogado bonaerense
que, desde su viaje a Potosí en 1802, conoció las terribles condiciones del
mitaje y devino en defensor del indígena. No podía caer en territorio más fértil
y, con seguridad, sirvió de base al pensamiento libertario de los doctores que
formaron las primeras Juntas de Chuquisaca y Buenos Aires.
Dados esos antecedentes, para entender el porqué de 16 años de
lucha, habrá que retroceder al menos hasta la proclama de Viscardo, cuyas
razones para su Carta se apoyan, entre otras consideraciones, en el
levantamiento cochabambino de 1730, inicio del largo y sinuoso parto libertario,
que recién culmina el 6 de agosto en 1825.
Muiba, el héroe olvidado
En el año 1975, Antonio Carvalho Urey (Santa Ana de Yacuma,
Beni, Bolivia, 1931 – Trinidad, Bolivia, 1989) terminó una investigación
iniciada en la década de los 70 que habría de cambiar la historia nacional.
Después de muchas visitas al Archivo Nacional de Bolivia, dirigido en ese
entonces por Gunnar Mendoza, extraordinario intelectual e historiador, ubicó los
folios que habrían de probar toda una hazaña histórica dando testimonio de que
los indígena moxeños participaron activamente en la Guerra de la Independencia
de nuestro país, al mando del cacique Pedro Ignacio Muiba, el gran olvidado de
la historia nacional.
Esta investigación se publicó, primero en el mes de septiembre
de 1975, en un humilde policopiado financiado por la Universidad Técnica del
Beni, con un reducido tiraje de apenas 200 ejemplares que fueron distribuidos
entre los amigos del autor y enviados a algunos historiadores nacionales. Este
texto luego fue publicado en la famosa Biblioteca del Sesquicentenario de
Bolivia, que se editó en el mismo año de 1975. Dos años más tarde, en 1977,
Antonio publicó el libro, titulándolo “Pedro Ignacio Muiba, el Héroe”, y de esa
manera se inició la reparación de una injusticia histórica.
Hace algunos años, el periodista beniano Juan Jonás Cayú afirmó
que Antonio comentó: “La tierra de Moxos también dio su aporte a la
independencia nacional mediante un verdadero movimiento indígena a la cabeza de
quien ahora es un Héroe Nacional de la Independencia de Bolivia. La pretensión o
el desdén por lo nativo, supervivencia del chapetonismo que marginó a los
verdaderos creadores de Bolivia, seguramente fueron por factores determinantes
para que las glorias de un pueblo que, desde los albores de la lucha
emancipadora, contribuyó con su sangre y sacrificio a la formación de nuestra
República, permanezcan en el meditado olvido. El escritor beniano Antonio
Carvalho Urey, a manera de recordar que su obra titulada “Pedro Ignacio Muiba:
El Héroe”, fue una forma de hacer alto a la injusticia histórica que se había
cometido en momentos de celebrar el Sesquicentenario de la fundación de la
República, donde ningún historiador hizo referencia al aporte del hombre
mojeño”.
En sus investigaciones, Antonio se basó, entre otros, en
documentos que ordenó el polígrafo Gabriel René Moreno, que se encuentran en el
Catálogo de Moxos y Chiquitos, y en una primera investigación realizada por su
hermano Ruber, que en un texto de sus épocas de universitario en la ciudad de
Sucre, da cuenta del hallazgo de las “correrías de Pedro Ignacio Muiba, llegando
las quejas hasta el mismo Virreinato de Buenos Aires, habiendo ordenado el
Virrey Marqués de Sobremante, el 26 de mayo de 1804, el arresto de Muiba para
evitar nuevos disturbios”. El escrito de Ruber, del cual extractamos el anterior
párrafo, inspiró a Antonio a realizar una investigación mayor que probaría que
Muiba estuvo en contacto con Tupac Amaru y Tupac Katari en el Alto Perú.
Del libro de Antonio, copiamos una parte del capítulo titulado
“La revolución libertadora”: “El día 9 de noviembre de 1810, se tumultuaron
contra el cacique Juan Maraza, acusándolo de traición los indios trinitarios,
Maraza logra escapar. Urquijo (Gobernador) permanece refugiado en la Casa
Real.”
“El 10, la insurrección es abierta contra el régimen y se
pretende ahorcar al Gobernador que se refugia en la iglesia. El caudillo es
Pedro Ignacio Muiba, que ese día convoca al cacique a Loreto”.
“El 11, a horas 9, llega el cacique a Loreto, José Bopi, con
200 hombres armados, de a pie y a caballo, para reforzar la rebelión. El día 12,
vuelve Maraza con refuerzos y la gente del cacique de San Javier, Tomás Noe y
aprovechando de la lluvia, en horas de la noche, sorprende a los revolucionarios
y logran fugar con Urquijo y sus acompañantes”.
En otro párrafo, acerca del 10 de noviembre, cita que “cartas
venidas desde la Audiencia de Charcas de los revolucionarios le hicieron saber
(a Muiba) del pronunciamiento del 25 de mayo de 1809 y cuando los gobernadores
de Moxos recrudecían su despotismo y feroz tiranía contra los nativos,
expoliándolos en todo sentido, es cuando Pedo Ignacio Muiba se le presenta la
oportunidad de rebelarse y en la plaza pública de la Segunda Misión Jesuítica,
Trinidad, expresa públicamente: “¡El Rey de España ha muerto! Nosotros seremos
libres por nuestro propio mandato. Las tierras son nuestras por mandato de
nuestros antepasados, a quienes los españoles se las quitaron”. Muiba fue
capturado en enero de 1811 y sometido a vejámenes y torturas antes de ser
colgado. Después de ser asesinado le negaron la sepultura por morir
“inconfeso”.
Antonio, era un hombre con una honestidad intelectual a toda
prueba, y por eso mismo en el libro reconoce a quienes ya con anterioridad se
habían ocupado de esta gesta libertaria y de su caudillo, como es el caso de
Ruber Carvalho y de José Natusch, a diferencia de otros que publicaron libros
sobre el héroe Muiba y ni siquiera mencionan el nombre de Antonio, omitiéndolo
de una manera vergonzosa. El libro de Antonio Carvalho profundiza en los hechos
acaecidos el 10 de noviembre de 1810, recurriendo a varias fuentes históricas,
transcribe documentos, citas, cartas; interpreta las palabras y los hechos y los
proyecta en el contexto colonial y de rebelión emancipadora, reivindicando el
nombre y la acción de Muiba como uno de los precursores de la gesta
libertaria.
Veamos algunas anécdotas curiosas: El año 1967, en ocasión de
la efeméride departamental del Beni y siendo diputado nacional, Antonio presentó
al Congreso Nacional de entonces un proyecto de ley por el que se declaraba
Héroe de la Independencia a Pedro Ignacio Muiba, el cual nunca fue aprobado; sin
embargo, la publicación de su libro pudo más que una ley y ya todos los benianos
sabemos que Muiba fue un héroe la Independencia de talla nacional que ahora ya
es reconocido por la historia oficial.
Antonio Carvalho Urey, historiador, escritor y poeta, fue en
las décadas de los 70 y 80 el más reconocido y grande intelectual de la Amazonía
boliviana, que difundía la literatura, la historia, la economía y la belleza
natural de esta región de Bolivia. Antonio participaba de encuentros,
seminarios, talleres y conferencias por todo el país y también fue invitado a
países extranjeros.
En un ensayo titulado Actualidad cultural en el Beni, publicado
en 1977, en el libro “Del ignorado Moxos”, afirma que “el beniano es raíz,
corriente, turbión de cósmicos linajes, nutrido con la selva fecunda de vientre
generoso de la tierra; tiene que ser como sus llanos, abiertos y sin límites,
generoso como las plantas que espontáneamente dan sus frutos para nuestros
alimentos; fraternales, como los corpulentos árboles que crecen juntos y sus
ramas se entrelazan; limpio, como las gotas de rocío en todos los amaneceres;
noble, como el gomero herido que da su leche por los tajos abiertos para
beneficio del mismo hachador de la selva; alegre, como las aves que irradian al
alba alegría, de sus trinos bondadosos, como las flores silvestres que exhalan
sus perfumes a todos los vientos”. Eso somos los benianos descendientes de la
estirpe de Muiba.// Los Tiempos.com
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