Su capital de trabajo se resume a una olla de aluminio, tres pequeños bancos de madera, dos baldes, una docena de platos hondos de plástico y otra de cucharas y, sobre todo, muchas ganas de salir adelante.
Margarita Jailita, nacida en Bella Vista, Quillacollo, ha hecho de la venta de la comida su principal forma de ingreso y de la acera del templo Corazonistas su restaurante itinerante.
Un aguayo y una bolsa plástica que cuesta dos bolivianos son el equipaje que diariamente carga la mujer de pollera. Su medio de transporte, el micro W, el verde, como aclara la diestra cocinera.
Todos los ingredientes están colocados en la única olla que Margarita envuelve con un pedazo de nylon para mantener la comida caliente.
Estudiantes, oficinistas e indigentes son algunos de los asiduos comensales que la mujer de cerca de 30 años atiende diariamente.
Algunos se llevan hasta nueve raciones, cuenta mientras instala sus bancos.
Ayudada con una bolsa, que usa como guante, primero sirve la papa blanca, después el p’uti de fideo (fideo rebosado con maní), luego el chuñup’uti (chuño rebosado con maní) y finalmente el aperitivo principal, los huevos. Con agilidad los parte en dos y ayudándose con una cuchara los coloca sobre los ingredientes.
El plato se completa con la llajua molida en batán y sazonado con aromáticas hierbas, quilquiña y huacataya.
“Huevos pasados” es el nombre del aperitivo que cuesta seis bolivianos y que le genera cada día un ingreso promedio de 100 bolivianos.
Para cocinar las 60 porciones debe levantarse diariamente a las cuatro de la mañana porque a las ocho su puesto ya está instalado. En los mejores días, hasta la diez de la mañana termina toda la comida, cuenta.
Invierte diariamente cerca de 200 bolivianos. Lo más caro es el huevo.
Hace cuatros años tiene la misma rutina. Los primeros dos se instaló cerca a la fuente de la plaza Guzmán Quitón (más conocida como la plaza Corazonistas).
Tiene temor a las cámaras televisivas y las fotográficas, porque piensa que los “comisarios” pueden ver la imágenes y retirarla del lugar.
Garantizar la educación de sus tres hijos de 18, 14 y nueve años es su motivación para seguir adelante pese a los controles de la Intendencia.
Su marido, un ayudante de albañil, no siempre tiene trabajo y los ingresos de ella son la base de la economía familiar.
Como Margarita, muchas mujeres de las provincias llegan a la ciudad para ofrecer sus platos tradicionales como la pizara (quinua con papa, haba y cebolla verde) y el cojo pollo (una hierba guisada).
MIGRANTES Las emprendedoras se acomodan en el pasaje Sucre y en las calles aledañas. La mayoría son migrantes del área rural. Es el caso de Alejandra Guzmán, oriunda de Vacas, quien hace cinco años vive en la zona de Pucarita, al sur de la ciudad. El p’iri es (plato a base de trigo o quinua) su especialidad y su fuente de ingresos.
Asegura que su comida es la mejor porque tiene mucha haba y cebolla verde.// Opinión (BO)
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